El yoga está más allá del puro ejercicio físico. Si bien es cierto que esta filosofía milenaria ayuda a aumentar la fuerza, la resistencia y la flexibilidad, su práctica continuada logra tocar cada aspecto de nuestro ser, de nuestra vida.
El yoga actúa en profundidad sobre la actividad fisiológica del cuerpo. El profundo estiramiento de los músculos mejora la circulación y transporta sangre oxigenada hasta los tejidos, devolviendo vitalidad a muchas partes antes abandonadas. La práctica ayuda además a alcanzar nuestras máximas posibilidades funcionales, anatómicas y fisiológicas. Las asanas (posturas) y también el pranayama (respiración) nos permiten, en definitiva, que nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma florezcan.
La práctica continuada del yoga ayuda a mejorar la fuerza y la resistencia, pero también ayuda a regenerar otros músculos del cuerpo.
Cada asana que practicamos estimula una red de músculos, tendones y células diferentes. Ayuda además a incrementar el flujo de sangre, lo que favorece la mineralización ósea y frena por tanto los procesos degenerativos de descalcificación como la artrosis y otras enfermedades degenerativas. Las posturas transportan sangre nueva a todas las partes del cuerpo, sangre fresca que ayuda a purificar los residuos tóxicos acumulados.
Lo dice Godfrey Devereux en su libro “15 minutos de yoga”. “Como la mayoría de los órganos internos están constituidos por tejido muscular, sus fibras también se benefician de las posturas, del mismo modo que lo hacen los grandes músculos voluntarios. Las posturas ejercen un masaje interno profundo, lento y continuo sobre los órganos, purgándolos de sangre vieja y librándoles de productos de desecho y transportando hasta ellos nutrientes”.
Pero, ¿cómo ayudan las posturas a cada músculo y órganos de nuestro cuerpo?
El corazón
Las asanas, tanto erguidas como invertidas, ayudan a aliviar la presión sobre el corazón. Refuerzan el músculo cardíaco y aumentan la acción cardiovascular sin forzar el sistema.
La espalda
La columna vertebral es el eje principal del cuerpo. El estiramiento que procuran las asanas incide directamente sobre las vértebras y los discos intervertebrales, aumentando su hidratación y frenando su degeneración.
El tracto respiratorio
Con el paso de los años, las costillas superiores tienen a estrecharse, lo que implica que la parte alta de los pulmones comienza a usarse cada vez con menor frecuencia. La práctica del yoga estimula la caja torácica y restablece la capacidad de respirar mejor, lo que implica una mayor oxigenación tanto de células como tejidos, a la vez que ralentiza el ritmo cardíaco.
Sistema digestivo
Una mala postura y la consiguiente compresión de los órganos internos puede llegar a ser tan dañina para el organismo como una mala alimentación. Muchas de las posturas que se practican en yoga proporcionan una suave presión en el hígado, el bazo o el páncreas, un ligero masaje que estimula la limpieza y drenaje de estos órganos, revitalizándolos.
Sistema nervioso
El sistema nervioso es el encargado de controlar todas las funciones del cuerpo, tanto voluntarias como involuntarias. Mediante las asanas, y también el pranayama, se pueden eliminar toxinas de los tejidos, lo que facilita la neurotransmisión en las terminaciones nerviosas. En el caso del pranayama, actúa directamente sobre el sistema nervioso parasimpático, ayudando a lograr una mayor calma y relajación, lo que facilita un mayor descanso y que el cuerpo se recupere mejor. La finalidad del yoga es, en definitiva, encontrar el equilibrio.
El yoga es, en definitiva, extraordinariamente eficaz para mantenernos sanos, pero también para prevenir enfermedades. Puede aliviar disfunciones fisiológicas y estructurales y se convierte en fundamental en el caso de enfermedades crónicas, siempre con apoyo de un tratamiento médico.
En el caso de niños y estudiantes ayuda además a mejorar la atención, ya que se centra en la respiración y en la meditación para alcanzar un estado mental más sereno, lo que ayuda a incrementar el rendimiento.